¡Basta de sufrimiento!

¡Basta de sufrimiento! ¿En qué mundo vives? Quizás esta pregunta te resulte un tanto extraña. Seguramente estarás pensando “¡Vaya pregunta! Vivo en este mundo, en el mundo en el que estoy!”. Si esta es tu reacción, te llevarás una sorpresa, pues las cosas no son tan simples como parecen.

Comencemos por pensar en el origen de este mundo, tu mundo, ese mundo en el que vives, que te parece único. Una fuerza superior, Dios, el Espíritu Santo, la Sabiduría, o como quieras llamarle, fue la creadora del universo. Dios creó un mundo de conocimiento y de sabiduría. Creó al mundo real, al mundo verdadero.

Pero inmediatamente, surgió la voz del ego que llenó a los hombres de orgullo. El ego siempre está confundiendo a las personas. Su voz suena en el interior y es muy fácil escucharla, porque muestra un camino de placer y de poder, pero que resulta un camino peligroso. Y los hombres escucharon al ego. Se sintieron dueños del poder y se deslumbraron por lo material, por las formas. Poco a poco fueron dejando de lado la verdad divina, esa verdad que fue creada por Dios, esa verdad que es conocimiento puro y no formas.

En ese mundo del ego, las personas se imaginaron falsedades, se llenaron de ilusiones y se fueron alejando del mundo real, de ese que Dios había creado. Comenzaron entonces a vivir en un mundo paralelo, conformado por interpretaciones, por percepciones, por formas, por falsas ilusiones. Y se creyeron que ese era el mundo verdadero, el real.

Poco a poco se fueron separando de Dios y de los demás hombres. Se sintieron muy poderosos, tanto que comenzaron a juzgar a sus hermanos y a las situaciones. “Esto me gusta y esto no”, “Esta persona es malintencionada”, “Aquel hombre es bueno”. Juicios y más juicios ocuparon su mente.

El ego movía sus pensamientos, llenaba las mentes de imágenes y de creencias sobre la realidad. Impulsadas por el ego, los hombres tejieron historias mentales proyectando significado a las cosas. Ya nada fue real, nada tuvo significado intrínseco, sino el valor que la persona le proyectaba. Ese mundo creado por la intervención del ego, es un mundo irreal, pues no es el que la Sabiduría de Dios creó.

Volvamos a la pregunta del principio: “¿En qué mundo vives?”. Tienes ahora más clara la respuesta. Vives en ese mundo irreal, que tu ego te ha hecho construir a partir de juicios, de percepciones y de ilusiones. En ese mundo en el que juzgas todo lo que ocurre y a todas las personas de tu entorno. Un mundo en el que las cosas te agradan o te provocan rechazo. Vives en un mundo en el que todo es “lindo”, “feo”, “amable”, “antipático”, “bueno”, “malo”, “rico”, “pobre”, pero nada es lo que realmente es. Y ese no es el mundo real, el que Dios creó. Ese es el mundo que tú has creado proyectándote sobre las cosas, sintiendo que eres tan poderoso que puedes juzgar todo lo que te rodea. En ese mundo falso, no ves la realidad, ves tu proyección y tus percepciones acerca de esa realidad.

El mundo que vemos, ese que crees que es el genuino, simplemente es reflejo de pensamientos, deseos y emociones que existen en nuestras mentes porque el ego las puso allí.

 

Un mundo de culpas y de sufrimiento

En ese mundo de percepciones, de interpretaciones y de ilusiones, aparecen las culpas y el sufrimiento. Las personas justifican sus propios errores, su ira, sus impulsos agresivos, su falta de amor. Se culpan a sí mismos o a otros de lo que sienten como malo, de lo que les parece que los perjudica.

Entonces, el mundo se vuelve destructivo, lleno de malicia, de envidia. Lo distorsionamos tanto que perdemos de vista lo que realmente es, lo que realmente está allí. Nos alejamos de los otros y nos separamos de Dios. En ese mundo irreal, compuesto de fantasías y de percepciones, no vivimos en paz, pues permanentemente nos sentimos agredidos y agredimos.

¿Qué nos pasa? El ego domina. Nos ancla al mundo del cuerpo y de las formas y nos aleja del conocimiento. Y estas contraposiciones en las que el ego pone a nuestra mente, nos aturden y nos provocan sufrimiento. Cuando atacas a otro o cuando te atacas a ti mismo atribuyéndote culpas, te haces daño a ti mismo. Cada vez que formulas un juicio acerca de algo o de alguien, el ego está allí, alejándote del mundo real.

Te haces daño a ti mismo, y ese daño no viene del mundo real, porque la voluntad de Dios no es que sufras. El dolor es ajeno a él, él no sabe de ataques ni de culpas. Eres tú quien las has inventado en ese mundo de percepciones, en ese mundo falso que crees que es el verdadero mundo. El dolor y el sufrimiento no tienen que ver con lo que sucede en el mundo real. Simplemente tienen que ver con cómo estás interpretando la realidad.

 

El regreso al mundo real

Es hora de que tomes conciencia de que tú mismo eres la fuente del sufrimiento y de la infelicidad. Es momento de desprenderte de ese mundo de falacias, de proyecciones, de etiquetas y de separaciones. Puedes hacerlo. En realidad, ya eres parte del mundo que Dios creó para ti, solo que no lo ves porque el ego te alejó de él creándote un mundo irreal y falso.

Ese mundo real que es reino de Dios ya es tuyo. Para sentirte inmerso en él, solo debes destruir todo lo que te provoca separación, lo que te separa de Dios y de tus hermanos. Tienes que empezar a remover los obstáculos que te alejan de ese mundo.

Tu hogar está en Dios y Dios es unidad. Por tanto, el primer obstáculo es la creencia en la separación. Te llenas de etiquetas y te separas. Y entonces te defines: “Soy hombre o mujer”, “nací en…”, “soy rico o soy pobre”, “soy lindo o soy feo”. Es como si te metieras en cajas que te separan de todo. Con cada una de esas etiquetas estás diciendo “estoy separado”.

Piensa en ti. ¿Cuántas cajas que te separan de Dios y de los demás te has creado? ¿Qué dices de ti? ¿Cómo te defines? Esta reflexión te hará tomar conciencia de cuan separado estás de la unidad, de Dios.

¿Y cómo se hace para abandonar este mundo falso y sentir el mundo real? Es preciso abandonar la costumbre de formular juicios sobre todo y sobre todos. De esta manera, descubrirás el perdón. Percibirás la realidad de lo que tú eres realmente, que es amor. Empezarás a identificarte con el amor en tu mente y te irás liberando poco a poco de las distracciones de ese mundo de percepciones que te hace sufrir.

Si lo haces, estarás moviéndote hacia la unidad. Cuando ves a una persona que se comporta de un modo poco amigable y que actúa poco amorosamente, dejarás de sentirte afectado por eso, porque no la estarás juzgando ni le estarás aportando significado. Reconocerás que esa actitud del otro es una forma de mostrar que le falta amor. Te estarás identificando con la realidad y con la unidad.

 

Liberarse es soltar

En efecto, para volver a la unidad de la que eres parte y de la que te has alejado, solo tienes que soltar, que dejar ir. No quiere decir que dejes de ver lo que sucede a tu alrededor o que vivas con una venda en los ojos. Nada de eso. Solo debes dejar de interpretar lo que está pasando, de juzgar, de percibir el mundo desde tu ego. Eso es todo lo que tienes que hacer.

Quizás al principio te resulte un poco difícil, porque esta forma de vivir va en contra de las leyes que tú has establecido sobre lo que es el mundo y lo que tú mismo eres. Tú eres mente, no forma. Eres verdad, no ilusión. También eres amor, no miedo.

En ese proceso de volver al mundo real, al mundo de Dios, por momentos sentirás “compañeros siniestros” a tu lado que intentarán mantenerte en el mundo de la separación y de la falsedad. Esos compañeros siniestros no son personas, sino pensamientos, juicios. Esos juicios seguirán apareciendo en tu mente e intentarán obligarte a interpretar el mundo. Lograrás resistirlos, porque ahora sabes que ellos viven en ese mundo falso y de sufrimiento del que quieres alejarte.

Esos compañeros siniestros solo son ilusiones, por tanto, vuélvete hacia la luz que tienes en tu interior, esa luz que te indica que eres parte del mundo real en el que no tienes que juzgar ni interpretar ni percibir, de ese mundo que es paz.

Es en lo más profundo de ti mismo en donde encontrarás esa luz. Cada vez que los juicios y las percepciones intenten distraerte, concéntrate en ella. Cierra tus ojos, inspira profundo y exhala. Repite esta acción varias veces, hasta que esos pensamientos te dejen en paz. Recuerda que ya estás en ese mundo de Dios, que ya eres parte de él. Solo debes eliminar los obstáculos que te impiden verlo y disfrutarlo.

Existe una condición para permanecer en ese mundo de paz: no puedes albergar juicios acerca de nada ni de nadie. Esto equivale a experimentar el amor puro y el perdón. Quita de en medio todos esos obstáculos. ¿Que tu pareja te traiciona? Elimina ese juicio que te hace daño. ¿Qué te duele algo en el cuerpo? Es una percepción, un obstáculo. Todas son percepciones que te provocan miedo y que no te dejan permanecer en el mundo real, en el mundo de paz. Acepta los hechos, no los juzgues.

 

Deja de sufrir ya

Si has atendido a las ideas que te hemos presentado, entenderás que tu sufrimiento está en ti, tú lo generas y, por lo tanto, tú puedes superarlo.

En la vida se alterna el dolor y el placer. Cuando vivimos una experiencia placentera, sentimos que todo va bien. Cuando vivimos una experiencia que nos duele, nos parece que todo va mal. Pero, piensa en lo que hemos explicado. Cada experiencia es una realidad intrínseca, ni buena ni mala. Eres tú quien la proyecta como placentera o dolorosa, eres tú quien la juzga. Y por lo tanto, es tu percepción de la experiencia la que te provoca dolor. Tu mente te está creando una historia que te hace decir “Esto no me gusta, no debería ser así”. Te contrapones a la realidad, y, entonces, sufres.

¿Cómo evitar el sufrimiento? Tienes que observar la experiencia que te parece dolorosa tal como es, sin valorarla ni juzgarla. El dolor seguirá existiendo, pero el sufrimiento no. No lograrás que esa experiencia se vuelva agradable, no se trata de eso. Pero evitarás sufrir por ella.

Piensa en por qué te sientes o te has sentido infeliz. Analiza esas experiencias que te han provocado sufrimiento. Seguramente las has mirado con pensamientos que juzgan los hechos. Y quizás hasta les has asignado una etiqueta, has dicho que esas experiencias no te gustan, que no debería ser así, y cosas por el estilo.

Por el contrario, cuando te centras en una experiencia y la llenas de juicios, te tejes historias que te oponen a ella. Es el caso de “Quiero que mi pareja cambie”, “Deseo que mi hijo no se vaya y permanezca en casa”, “No me gusta tu forma de vivir”, “El gobierno no debería hacer esto o aquello”. Y sufres por eso, porque las cosas no son como tú quieres que sean. Piensa que independientemente de cuál sea el hecho que estás juzgando, es solo un hecho, no es ni correcto ni incorrecto. Tu valoración y tus juicios son los que alimentan el sufrimiento.

Renuncia a esas valoraciones. Las experiencias son lo que son. Si las ves así, el sufrimiento se cae. El ego te dice “Para dejar de sufrir tienes que hacer esto”. Entonces haces, te preocupas, creas ilusiones. ¿Qué actitud debes tomar? Observa esa experiencia que te provoca malestar y tristeza, y ábrete para dejar ir los juicios. Encuentra la paz.

Recuerda que el mundo no es la causa de tu estado de ánimo ni provoca tu infelicidad. El mundo es simplemente un escenario neutro que no puede afectarte si no se lo permites. Solo debes abrirte a la experiencia total de aceptación de lo que es. Continúa con tu vida en el mundo real, en el mundo en el que no hay ataques ni resentimientos, donde no hay culpas, en un mundo de paz. Y cuando tu paz se vea amenazada, simplemente vuelve a tu interior, a ese interior que no juzga al mundo, a ese interior que perdona, a ese interior que es tu esencia.

Asume esta forma de vivir, para que cuando alguien te pregunte “¿En qué mundo vives?” respondas con total seguridad “En el mundo real, el mundo del amor y del perdón, el mundo de la unidad”.

Fuente:
Nick Arandes
Vídeo: “De las Tinieblas a la Luz”
Vídeo: “Sanando juntos. Dejando de sufrir ¡Ya!.

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3 comentarios en “¡Basta de sufrimiento!”

  1. Hola, te he descubierto ahora, esta semana. Siempre he llevado audio libros en el coche, pero todos o con voz de robot o con acento latino.
    Ahora te llevo a tí, he compartido tu canal de youtube con amigas, familia…
    Cuando ya no tenia audios motivacionales nuevos, (antes de conocerte) y con ahora con los coches con manos libres integrado, iba hablando por telefono, y eso desgasta mucho. Tu no lo sabes, ahora hablo contigo, o quiza conmigo misma, si mas bien eso.
    Todo lo que dices lo sé y mucha gente despierta lo sabrá, pero no sabes lo bien que viene volver a oirlo para nunca olvidarlo. Muchas gracias.

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